Escribí este ensayo para mi clase de español.
España nunca había sido un país que me llamara la atención. Crecí en Hawai como hija de padres chinos. Por eso, estudié mandarín y como siempre había vivido cerca del Océano Pacífico, siempre había mirado al Oriente. Nunca habría imaginado que pudiera vivir aquí en España. Pero de hecho me casé con un hombre al que le encanta el español y durante diez años le escuché hablando con nuestros hijos en casa en español. Así que sin saberlo empecé mi trayecto hacia España.
Mi llegada a España fue de golpe. Hacía unos años habíamos planeado vivir en el extranjero y como mis hijos ya habían estudiado español, fue lógico que nos mudáramos a un país hispanohablante. En 2011 viajamos a Andalucía y Madrid y lo pasamos muy bien. Nos parecía que podríamos vivir en España sin sufrir mucho. Decidimos que si mi marido pudiera conseguir trabajo aquí, vendríamos. Mi marido había venido a Barcelona en julio de 2012 y yo nunca habría imaginado que al cabo de un mes pudiera conseguir trabajo. Cuando lo logró a principios de agosto, solo tuvimos tres semanas para empacar o vender todas nuestras pertenencias, alquilar la casa, buscar una escuela para nuestros hijos e irnos a una ciudad desconocida. ¡Qué locura! Así empezó mi aventura en España.
Pero las dificultades no acababan ahí. Como nunca habíamos oído catalán, no conocíamos a nadie, no entendíamos dónde ni cómo hacer cosas como alquilar un piso o matricular a los niños en la escuela, las primeras semanas fueron frenéticas y estresantes. Además, nunca había vivido sin coche, algo muy raro en los EEUU. Durante los primeros meses me dolían mucho los pies porque no estaba acostumbrada a caminar tanto.
Lo peor fue que no sabía hablar. Entendía bastante de lo que decía la gente, pero no podía responder ni expresar mis pensamientos. Cuando salíamos con amigos españoles, después de unas horas me dolía mucho la cabeza. ¡Qué suerte que hubiera podido estudiar en la Escuela Oficial de Idiomas! Le comenté a mi marido de que si hubiera sabido que iba a ser tan difícil aprender español, tal vez no habría venido. Hoy, a principios de mi segundo año aquí, todo es más fácil. Tengo amigos, conozco la ciudad y me siento más relajada y menos limitada.
A veces pienso en mis padres, que se trasladaron a los EEUU buscando una vida mejor cuando eran jóvenes y ahora entiendo porqué siempre han sido trabajadores. Nosotros, por otro lado, elegimos venir y tenemos suficiente dinero, pero aún así la experiencia ha sido bastante dura. Para ellos debería haber sido mucho más traumática. ¡Esto es la supervivencia!
Al comienzo de mi vida aquí, lo que más me llamó la atención fue la arquitectura modernista. Las primeras semanas que vivía en L’Eixample me quedé tan impresionada que no podía ni hablar. Tomé miles de fotos de farmacias, fachadas floridas, puertas adornadas y vidrieras. ¡Qué lástima que después de unos meses ya no sintiera el mismo ardor que antes! Sin embargo sigo encantada con la gracia de los edificios barceloneses.
A lo que no logro acostumbrarme es al horario español. Vengo de un país donde la gente cena a las seis y los niños se acuestan a las 8. Hay un dicho americano que advierte: Acuéstate temprano, levántate pronto y así serás sano, rico y sabio. Poco a poco hemos cambiado nuestro horario, pero aún hoy en día cenamos no más tarde de las ocho y mis hijos se acuestan no más tarde de las diez entre semana. No lo quiero cambiar más porque creo que los niños españoles no duermen suficientemente.
Lo que menos me gusta de Barcelona son los ladrones. Donde vivía antes nunca fui víctima como aquí. Recuerdo con amargura que en un año nos han robado unos billetes de metro, una cartera, una mochila, un par de botas de fútbol, un asiento de bicicleta y hasta una bicicleta entera. Un día en la estación de metro de Drassanes, un hombre que estaba detrás de mí abrió mi mochila. Cuando le acusé se fue al otro andén de la estación. Fui a la oficina de la estación para notificar a los agentes del metro que había un ladrón, pero ellos no más se rieron y no hicieron nada. Eso no lo soporto. Tampoco soporto a los fumadores y la gente que deja la caca de sus perros en la calle. Pero antes estas situaciones hay que resignarse.
Lo que más me gusta de Barcelona es que la gente realmente participa en la democracia. Estoy muy impresionada con la abundancia y el número de participantes de las huelgas y las manifestaciones y sobre todo de que sean pacíficos. En los EEUU la gran mayoría de la gente es apática o si tiene opiniones, las expresa sin civismo. Claro, es un momento un poco especial en Cataluña con el movimiento de independencia y la crisis, pero es fantástico que desde los jóvenes hasta los viejos estén interesados en lo que hace el gobierno.
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